Del aceite de nabo a la luz incandescente.

Una ciudad sin luz

Son tantos los relatos que hemos escuchado y leído sobre la magnificencia de la Ciudad de México en la época colonial, famosa en Europa por sus suntuosos palacios y sus fastuosos templos barrocos, además de sus plazas, teatros y cafés, que seguramente nos costará trabajo imaginar cómo era en realidad la vida cotidiana de sus habitantes.

Pues resulta que, contra lo que pudiéramos imaginar, una vez que el sol se ocultaba, los capitalinos de todos los estratos sociales se refugiaban en sus casas y evitaban salir, conscientes de los peligros que acechaban a los caminantes nocturnos en las oscuras calles de la ciudad y ante la presencia de maleantes dispuestos a robar y agredir a quien se atreviera a abandonar su hogar en horas inapropiadas. Lo que quiere decir, que la vida nocturna de la ciudad era prácticamente inexistente.


Veamos lo que dice al respecto el que fuera cronista de la Ciudad de México, don Luis González Obregón.

Las calles se encontraban a oscuras, con hoyancos, y lodo cuando llovía, y transitadas por rateros que despojaban a los vecinos y aún los amenazaban con la muerte si no les entregaban pacíficamente lo que les pedían.
Al toque de queda, que era a las diez, todo el mundo se encerraba en sus casas a piedra y lodo, y nadie osaba andar por las calles llenas de sombra espesa y de ladrones, pues lo robos eran frecuentes y a mansalva, las riñas se sucedían casi sin interrupción y de todos estos desórdenes cometidos de una manera tenebrosa quedaban impunes los autores.


En contraste, en algunas crónicas se afirma qué en tiempos de Moctezuma II, la ciudad azteca de Tenochtitlan se encontraba iluminada por las noches, por medio de luminarias encendidas en las bocacalles. Las ciudades de Europa en la misma época, no soñaban aún con estos refinamientos.


Las primeras luminarias

En el ocaso de la época colonial, en 1790, el virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco, segundo Conde de Revillagigedo, sorprendió a los habitantes de la Ciudad de México estableciendo una serie de reformas administrativas que cambiaron la faz de esta capital.

Para lograrlo hizo instalar un sistema de desagüe con atarjeas, se construyeron anchas aceras para los caminantes, se empedraron las calles y se estableció un sistema de limpia para mantener las calles libres de suciedad y recoger diariamente la basura que generaban casas y edificios. Y para mayor sorpresa de los ciudadanos, se instalaron en las calles principales 1,128 farolas de vidrio con lámparas de hoja de lata, con la mecha alimentada con aceite de nabo, sostenidas por unas lámparas llamadas “pies de gallo”.

Las farolas eran encendidas cada noche por un grupo de “serenos”, quienes además recorrían las calles provistos de una pequeña lámpara, para cuidar la seguridad de los habitantes y de sus hogares.




Del aceite de nabo a la luz incandescente

Así, a partir de 1790, los habitantes de la ciudad pudieron, por primera vez, disfrutar de recorrer sus calles, jardines y plazas públicas por las noches y acudir a un mesón o café, al teatro, o simplemente a pasear con familiares y amigos en carruaje o a pie.

Este sistema de iluminación iría poco a poco beneficiándose de los nuevos inventos tecnológicos. Después de la Independencia, en 1849, el alumbrado de la ciudad fue mejorado con la instalación de 450 lámparas de trementina, que proporcionaban una luz limpia, más blanca y más intensa. En tanto que, de acuerdo con el cronista Jesús Galindo y Villa, alrededor del año 1857, el presidente Ignacio Comonfort determinó la instalación del alumbrado de gas en la ciudad de México.

La gran revolución en el sistema de iluminación se daría a partir del año 1881, en que el portentoso invento de Thomas Alva Edison hizo posible, por primera vez, que las calles de la llamada Ciudad de los Palacios fueran provistas de luminarias eléctricas, las que por cierto proporcionaban una mejor intensidad de luz que los sistemas anteriores.

Hoy en día, los ciudadanos de la capital del país, no podríamos ni imaginarnos lo que los habitantes de la época colonial padecían al carecer de iluminación, ya que nuestra Ciudad de México permanece siempre iluminada en las horas de la noche.

La invención de la lámpara incandescente

Estrictamente hablando, la invención de la lámpara incandescente, que haría posible la iluminación de las ciudades en el mundo, no fue realizada por Thomas Alva Edison. Lo que Edison hizo, en cambio, fue perfeccionar las invenciones de otros inventores como Alejandro Volta, Humphry Davy, Warren de la Rue, Frederick de Moleyns, William Sate y Joseph Swan, para lograr crear un filamento de bambú carbonizado que alcanzaba su incandescencia sin fundirse. Con lo cual logró crear, en 1879, una bombilla eléctrica que pudo mantenerse encendida durante 48 horas ininterrumpidas.

Este invento fue presentado exitosamente en la primera Exposición Internacional de Electricidad, celebrada en París en 1881. A partir de lo cual fue adoptado en las principales ciudades del mundo.


Te recomendamos leer el capítulo:

“Luz, más luz”, del libro de Artemio del Valle Arizpe. Calle vieja, calle nueva. Editorial Diana. 1980.